CUARENTA Y NUEVE

 

Hoy, nueve de octubre, cumplo cuarenta y nueve años.

Es el día de la independencia de Uganda. Sí, señor, el día y el año. De eso me enteré por una agenda que tuve en mi lejana infancia, en la que llevaba un diario, cuyas anotaciones eran del tipo Hoy la clase de Matemáticas estuvo muy aburrida. Por la tarde jugué con Julio y Pedrito. A pie de cada página estaban registradas las efemérides del día, y en mi onomástico sólo aparecía ese trascendental acontecimiento. Es el tipo de cosas que no se olvidan. Luego, de adolescente, me enteré de que era también el cumpleaños de John Lennon. El día en que nací, el Beatle cumplió veintidós años; cuatro días antes habían sacado su primer single, Love me do.

Cuarenta y nueve. Tierra de nadie: casi sales de los cuarenta, pero aún no eres, técnicamente, un cincuentón. Que a los efectos de mucha gente es ya ser un viejo. Sin embargo, no duele tanto como cruzar la barrera de los treinta. A la sazón era profesor de Arte Latinoamericano en la Facultad de Artes y Letras de la UH, y ese día le dije a mis estupefactos alumnos: Hoy no hay clases, váyanse todos al carajo, cumplo treinta y no estoy pá nadie. Sí, llegar ahí es lo más duro.

Mirar hacia atrás tiene un encanto agridulce. Recuerdo perfectamente la muerte del Che, la zafra de los Diez Millones, la primera calculadora electrónica en Cuba (que estaba en la Isla de la Juventud y ocupaba media habitación), mi debut como escritor con una historia de dos niños –soviéticos- en el cosmos, la primera vez que escuché a los Beatles –la canción era Anna-, Viet Nam, el golpe fascista del 11 de septiembre, mi primer día en la Vocacional Lenin, la revelación del estéreo, la muerte de Elvis, las colas de seis cuadras para ver La cámara 36 de Shao Lín y la King Kong de John Guillermin, el crimen de Barbados, mi primer beso, el vuelo de Tamayo y Romanenko, los Bee Gees y Travolta, los bárbaros excesos del Mariel, We are the world, los conciertos de Silvio en la escalinata… Uf, y todavía voy por la primera mitad de los ochenta. En fin, recuerdo lo que para mucha gente es historia antigua.

Por muy melodramático que suene, ya uno empieza a cobijar pensamientos del tipo “bueno, si mañana me voy del aire, ¿qué he dejado? ¿Ha valido la pena?” Desde luego. Como asegura un personaje de Sacrificio, una vieja pieza de GNYO: ya tuve un libro, escribí un árbol y sembré un hijo. Y, como cantarían Elvis o Sinatra al reescribir aquella vieja canción francesa, Regrets, I had a few, but then again, too few to mention… Sí, estoy bastante orgulloso de mi vida. Creo haber sido buena gente, no más valiente o talentoso que la media, pero ciertamente tampoco más cobarde o mediocre que cualquiera.

Y mirar hacia adelante… Lo que me queda por vivir, si es mucho o poco, no lo sé… esa sería Omara. (Sí, otra de las consecuencias de tener cierta edad es que para cualquier situación siempre hay dos o tres citas que se ajustan. Por ejemplo, recuerdo una novela soviética de CF, El leopardo en la cumbre del Kilimanjaro, en que la gente puede conocer la fecha exacta de su muerte. En lo que me atañe, espero no enterarme ni antes ni después). La clave, supongo, está en parecerse al personaje de Francisca en el cuento de Onelio Jorge Cardoso, que estaba tan ocupada y tenía tanta energía que la muerte nunca pudo encontrarla.

Si tienes una botella de ron o de vino cerca, bebe ahora mismo un trago a mi salud. Y si no la tienes, deja la tacañería, sal y cómprala. El primer trago para los santos, el segundo para mí; del resto puedes disponer a tu antojo. Total, de algo hay que morirse.