Cuarentena

Acerca de Cuarentena.

Dicen que «Ensayo sobre la lucidez», la novela de Saramago (que no he leído, adelanto), «es una reflexión sobre el sistema democrático y las actitudes de los gobernantes ante una posible revolución pacífica proveniente de un pueblo cansado de la politiquería […]». Me parece que «Cuarentena», pero sin la gravedad de Saramago (a juzgar por el estilo del sí leído «Ensayo sobre la ceguera») encaja bastante bien en esa descripción.

Creo que la virtud mayor de «Cuarentena», y a fin de cuentas de una parte de tu obra, es esa mirada aparentemente non docta sobre ciertos asuntos, que el humor con que se abordan parece trivializar en una primera y superficial lectura, pero que resulta bastante incisiva si se ahonda más allá de lo ingenioso del absurdo primario y del interés que despierta la historia delirante que (como Fantomas) se desencadena.

Porque, digamos, por citar un solo ejemplo, ese punto del Programa del PSI que dice «todos los hombres nacen esclavos», va más allá de la simple paráfrasis, acaso burlesca, ciertamente herética, del Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para expresar una verdad que pone de relieve las ataduras (llámese Patria, Cultura, Ideología, etc.) con que cualquier sociedad, cualquier régimen, nos sujeta aún antes de nacer y, en casos extremos, nos alienta a morir por ellas.

Poco importa, además, saber si esta y otras heterodoxias provienen de la voz de un autor que se manifiesta en sus criaturas, o si pertenecen a unos personajes que ejercen el libre albedrío con que los dota la ficción; lo que importa es si nos reconocemos como escépticos desdeñosos, aquiescentes silenciosos, o convencidos a rajatabla de la contundencia de las mismas… O cualquier otra actitud posible, pues en «un mundo hecho por locos y controlados por cuerdos» (o viceversa), el Control ejercido por cuerdos o locos, y la adhesión o disensión que le manifestemos, será la medida de todas las cosas. Pues ya se sabe que el Control enloquece y que el Control Absoluto enloquece… descontroladamente

En fin, bro, que te has sacado un diez en una escala de nueve, con una novela en el que la Partidocracia se revela como lo que es: el cáncer de la democracia, esa que, dijera Churchill, es el peor sistema de gobierno con excepción de todos los demás.

Un abrazo

Luis Felipe

(para nada pariente de Bolaños el Zor).

NOTA POR CUARENTENA, de Eduardo del Llano.

Laidi Fernández de Juan, 2013.

Cuarentena, la más reciente novela de Eduardo del Llano, publicada por Letras Cubanas en el año 2012, incorpora nuevos nombres a la galería de personajes ya conocida gracias a la ingeniosidad constante y creciente del autor. Además del incorregible Nicanor O Donnell, y de sus compinches Rodríguez, Bolaños y Ana, cuyos disfraces sorprenden en cada narración, aparecen otros caracteres (Sepúlveda, Fernández, Fidedigno Quiñones y una mujer llamada Eva), que enriquecen el entorno psicológico en el cual se destaca siempre Nicanor, gracias a su deslumbrante lucidez. Precisamente es la coherencia inteligente de esta insoslayable criatura literaria para el mundo cubano de las letras, lo que más destaca en la obra íntegra de Eduardo. Ya una vez señalé que tanto Nicanor como sus “palas”, van envejeciendo a la par del escritor que les dio origen, vida agitada y permanencia. Con Cuarentena, esto se pone de manifiesto con particular énfasis. No hablo de madurez psíquica, emocional ni contenedora (esas cualidades parecen ajenas a todos ellos), sino de puro sostén de los años físicos. O Donnell ya está en la cincuentena, en la llamada media rueda de la vida, aunque no puede decirse que se encuentra feliz o medianamente satisfecho, sino todo lo contrario. Casi  puede asegurarse que es un Ex por antonomasia: Ex cineasta, Ex alcohólico, Ex marido, Ex talentoso. Sin llegar a convertirse en un detritus humano (eso jamás: su brillantez se mantiene intacta a pesar de los avatares de la existencia), es un hombre abatido.

El pretexto de esta novela: la creación de un partido político nombrado PSI, cuyas siglas no se relacionan con el título de Partido de la Democracia Patológica (algunos de sus fundadores argumentan que las letras PSI pudieran ser del Partido Socialista Italiano; de una Plataforma Serbia Indivisible o referirse a un Partido Sunita Independiente) dentro de una institución mental, al frente del cual estaría Rodríguez,-en esta novela poseedor de una personalidad histriónica narcisista con desorden afectivo bipolar (p. 19)-, ofrece amplias posibilidades para el despliegue del diseño de cada una de las figuras principales.

Así, además de Nicanor, con sus particulares condiciones de ex o de vuelta de todo, y de Rodríguez, el depresivo cíclico,  Eduardo sostiene perfectamente la cuerda donde se mueven Sepúlveda (Director del manicomio; poeta frustrado, oportunista, tramposo); Bolaños (delicioso extraterrestre de la raza Zor), Fernández (un tipo que escucha voces en noruego), el comisario Quiñones (quien no se destaca por sus habilidades policiales, sino por la extravagancia patética de sus vestimentas, hasta llegar a parecer una mosca parlante) y dos mujeres admirables: Ana, abogada e hija de Nicanor; y Eva, la doctora especializada en enfermos caníbales.

 Cuarentena, sin dejar de ser básicamente una novela humorística, muestra el trasfondo apesadumbrado de la muerte de ilusiones; del nihilismo político; de la descreencia y del descompromiso: “El juego de la política […] también ilusionaba a la gente como una fiesta, con la promesa de cambios y victorias que poco o nulo beneficio aportarían a sus vidas: ganara quien ganase los precios iban a subir; funcionarios y policías a corromperse. […] El hombre de la calle estaba loco, en el manicomio todos estaban cuerdos. Todos vivían condenados a ser idiotas, cada vez más idiotas, por toda la eternidad”

Un supuesto país europeo es el sitio seleccionado por del Llano para desarrollar la trama de esta novela, que confieso me ha encantado. Me aventuro a decir que es la más elaborada de sus creaciones literarias desde todo punto de vista: argumental, técnico, de múltiples lecturas. Si en ocasiones anteriores se ha comparado el talento de este escritor notable con el de genial Woody Allen (en Herejías, por ejemplo), yo, a sabiendas de lo estériles que suelen ser dichos paralelismos, encuentro puntos de contacto con otro de los grandes maestros del humor: John Kennedy Toole. ¿Acaso La conjura de los necios; o más aun, La biblia de neón, no son obras ejemplares donde se trenzan comicidad pasajera con  tragedia existencial? Pues así mismo se dan la mano en Cuarentena una comicidad indiscutible con la amargura de sentir la vacuidad de la vida, la pérdida de una brújula que otorgue sentido, esperanzas y proyectos. En términos chaplinescos, ese sería el resumen para esta novela, que, repito, me parece francamente admirable. Ojalá esté disponible en estas fechas; y sea recibida con todo el candor y la sutil inteligencia que Eduardo del Llano depositó en sus páginas.

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