EL CUERPO Y EL DELITO

¿Son eróticas las Revoluciones?

Veamos una Revolución cualquiera. El pueblo se echa a la calle masivamente. Gritos, empellones, cuerpos sudorosos que se rozan y entremezclan. Pandémica euforia que nace de la caída del viejo régimen y las promesas del nuevo. Celebración, jolgorio, abrazos y adrenalina. Nada más fácil, en tales circunstancias, que manipular la teta de una correligionaria o quedar ensartado por un bujarrón. ¿Suena como la antesala de una gran orgía de los cuerpos y los sentidos? No cabe duda. A primera vista, las Revoluciones tendrían que ser el espacio primado del Eros.

Y, sin embargo, no es así. Quienes hacen causa del upside down civil pueden exhibir las bases ideológicas más dispares, desde la emancipación burguesa hasta la igualdad edénica, desde el socialismo hasta la destrucción del socialismo, pero todos tienen en común, asombrosamente, los principios más espartanos que darse puedan en materia de moralidad. Si algo se les escapa durante el clímax inicial, no tardan en regular, avasallar el desenfreno erótico echando mano a leyes y consignas. Pues resulta, el de las pasiones, un terreno incontrolable y, en su mera esencia, apolítico. ¿Y qué revolucionario vería de buen grado un enclave inexpugnado del desorden en la gran máquina que ha jurado echar a andar con nuevos y mejores combustibles?

La Revolución hippie abortó: era demasiado sensual. Los cambios en Europa del Este parecieron ver con buenos ojos el destape, pero aquellos países habían estado cubiertos mucho tiempo, y pronto tuvieron que enfrentar la prostitución, las drogas y la violencia como un gran mazacote indiferenciado. El sexo y los grandes proyectos sociales no se llevan bien. La lección de la historia es, entonces, que no se alecciona a quien está templando.

Ahora bien, la historia, y aun la evolución misma de las especies, provee otros axiomas. El más universal de todos, que quien no se adapta, perece.

Nicanor había crecido de dirigente estudiantil a miembro del Buró Nacional de la organización que diez años antes le había metido un carnet en el bolsillo. No era un dogmático ni un arribista: estaba convencido de que la energía de los jóvenes podía encauzarse por buenos derroteros, y eran ellos, los líderes, los llamados a abrir esos cauces. Errores aparte, la organización había hecho más cosas buenas que malas, y mientras se mantuviera elástica, que no flexible, los jóvenes deberían identificarse con ella. O al menos, convivir con ella.

Dentro del Buró, Nicanor había promovido diferentes campañas. De alguna manera, esas campañas tenían un objetivo común: bombear el gas del patriotismo en los pechos jóvenes, ¡ay! tan a menudo descreídos. Claro que no siempre la meta era explícita. Alinear secretamente los órganos de puntería con los vaivenes de la política y dar en el blanco, convenciendo a la grey adolescente de que el pueblo elegido no eran los judíos, sino ellos, era una tarea para relojeros suizos. Con todo, Nicanor se reputaba de los más hábiles en esa rama de las ciencias ocultas. Y esto explica por qué aquella mañana hubo un reflexivo silencio de cinco minutos y no un abucheo de igual longitud cuando, en plena reunión ordinaria, lanzó su idea más reciente.

– Eso tiene que ser jodedera tuya, Nicanor -dijo al fin Rodríguez, el presidente del Buró.

-¿Por qué? A mí me gusta -intercedió Ana, la secretaria ideológica- no puede negarse que romperá muchos esquemas, pero tampoco que extenderá el poder de convocatoria de la organización. Y es un hecho cierto que la propuesta recoge un elemento esencial de nuestra idiosincrasia.

-Es lo más loco que he oído -insistió Rodríguez con la aplastante convicción de quien, como prerrogativa de su cargo, ha oído muchísimas cosas locas- ¿cómo coño vamos a abrir una playa de nudismo, en moneda nacional, y para colmo presentarla como nuestra opción recreativa para el verano?

De pronto todos hablaron a la vez, según el modelo instaurado por las viejas películas de tema judicial. Nicanor levantó la mano, impertérrito, y Rodríguez acabó concediéndole la palabra.

-La clave está en no escandalizarse de antemano -explicó pacientemente el promotor de la iniciativa-, aquí todo el mundo sabe que hemos hecho cosas por las que tres meses antes nos hubieran tronado. Yo creo que estamos en la coyuntura apropiada. El planeta se está recalentando, ¿no? Nuestro pueblo será humorista y patriótico, pero ante todo, lo que tiene en la cabeza es el sexo. Es parte de la idio… la indosin… de lo que dijo Ana. Total, entre las tangas y los hilos dentales y el desnudo total casi no hay diferencia de principios.

-De eso quería hablar yo -dijo Rodríguez-, de los principios. Lo que mal empieza, mal acaba. Miren, en este país la pornografía es un delito, no se venden revistas de relajo, no se pasan por televisión películas con algo más obsceno que un par de tetas, y de contra se lo advierten primero al espectador, no hay bares con bailarinas de topless ni tiendas de consoladores. ¡Y tú quieres que de buenas a primeras todo el mundo se saque el mandado en la playita de 16? ¿Quién va a hablar con la policía, con el Gobierno, para decirles “miren al desnudo esta juventud, el relevo de su obra, para que puedan calibrar sus condiciones”? Tú te arrebataste, Nicanor.

-Pero bueno, bueno -dijo Ana, relamiéndose- no creo que en el ánimo de Nicanor esté una orgía colectiva a lo largo de los miles de kilómetros de costa que tiene el país. No, yo lo veo como un solo campo de nudismo experimental, con opciones gastronómicas, canchas deportivas, juegos y esas cosas. La entrada a cincuenta o cien pesos por persona, digamos, lo que en breve lo haría rentable y a largo plazo una importantísima vía de recuperación del exceso de circulante. Basta de puritanismo; total, en Varadero las extranjeras se tuestan los pezones y no pasa nada. Sería una manera de canalizar la energía de los jóvenes, y si lo organizamos en coordinación con el Ministerio de Salud Pública y el sistema de Consultorios de Educación Sexual, ayudaría incluso a romper tabúes, a eliminar el misterio, el desespero y la desinformación que son las causas primeras de tantos embarazos precoces…

– Yo diría que si algo va a salir de ahí son precisamente decenas de miles de nuevos embarazos precoces -dijo el presidente, con sorna.

-¿Y cómo se llamaría la campaña? -preguntó alguien- ¿Nudismo popular?

– Había pensado en Nudismo Socialista -admitió Nicanor.

– No, eso es un poco ambiguo. Sería mejor Mente Sana en Cuerpo Sano.

-¿Y por qué no Todo el Mundo En Cueros y Con las Manos en los Bolsillos? -estalló Rodríguez- o Lo Mío Primero, o ¿Señores Imperialistas, En Este País No Tenemos Absolutamente Nada Que Ocultar? No jodan. Me opongo, y no se hable más.

– Déjame decir una última cosa -pidió Nicanor, y siguió hablando sin esperar la venia- quiero que se imaginen esto, nada más. La playa azul, el sol resplandeciente, la arena blanquísima… kioscos con refrescos, helados, mameyes, ostiones… y de pronto, miles de jóvenes de ambos sexos, que llegan corriendo después de una agotadora semana de clases o de trabajo en la zafra o el taller, irrumpen en ese paraíso creado por nosotros, se despojan de sus ropas, y saltan al agua y se divierten sanamente, conversan e intercambian anécdotas, sin inhibiciones… todos esos cuerpos tiernos, bronceados, agradeciéndonos la campaña con sus sonrisas y sus…

– Nicanor -jadeó Rodríguez, en medio de un gran suspiro colectivo- te estás buscando una sanción por hablar pornografía. Dije que no.

– Llévalo a votación -pidió Ana, apoyada por una mayoría abrumadora.

– No. No le veo la gracia, y punto. ¿Algún problema?

– El problema es que tú la tienes chiquita, Rodríguez- dijo Ana.

La base de Nudismo Popular Los taínos fue inaugurada a comienzos del verano. Las palabras de apertura las pronunció Rodríguez, desnudo, ante un auditorio en iguales condiciones, formado por los miembros del Buró Nacional y otros dirigentes juveniles. Luego, a iniciativa suya, todos los invitados chapotearon demostrativamente en la playa, y más tarde se permitió la entrada al público, a cien pesos per cápita y sin distinción de edades, hasta un cupo prefijado por la administración. Quedó mucha gente afuera, y se le indicó que regresara al día siguiente.

Desde el primer momento resultó obvio que los clientes del balneario nudista podían ser clasificados en varios grupos bien definidos. Estaban, en primer lugar, quienes se aislaban, solos o en parejas, a tomar el sol y conversar; quienes recorrían la arena como lobos esteparios, mirando con gula a derecha e izquierda, atrás y adelante, arriba y abajo; quienes, confiados en el valor del número, se apostaban en perfecta circunferencia alrededor de un individuo particular -a menudo, aunque no necesariamente, del sexo opuesto- y lo contemplaban, arrobados, durante largas horas. No faltaban aquellos que permanecían todo el tiempo en el agua, solos, en dúos y a veces en tríos y cuartetos; los reprimidos que se cubrían con arena hasta el cuello, y los exhibicionistas que soterraban igualmente su anatomía, a excepción del rostro y el pene, que sobresalían de la tierra como un arbolito polvoriento.

Los dos primeros días transcurrieron en celestial e inofensiva promiscuidad, pero al tercero, la membresía en pleno del Buró Nacional fue citada de urgencia a las oficinas del balneario. Se habían suscitado los primeros incidentes: tres jóvenes habían violado a una muchacha, y lo que era peor, nueve mujeres adultas a un adolescente de quince años.

– Sin pánico -advirtió Ana-, eso es normal.

-¿Normal? -se sulfuró Rodríguez-. No me extraña que para ti la violación sea algo corriente, pero el Código Penal tiene otra opinión. ¿Dónde meto la cara cuando me llamen a rendir cuentas?

– No metas nada en ninguna parte -dijo Nicanor-, eso ocurre al principio, por la falta de costumbre. Luego el nudismo se irá incorporando a la idio… indisio… a eso, a la cultura de la gente…

– Podemos crear un cuerpo de inspectores -sugirió el secretario de Cultura-. Hasta ahora, sólo hemos puesto custodios a la entrada, y algún que otro salvavidas. La gente le tiene respeto al uniforme.

– Nada de uniformes -dijo el presidente-, los custodios tienen que estar en cueros como todo el mundo, para que nadie los reconozca y no sea fácil eludirlos. Al primero que tenga una erección lo botan de la playa.

Se levantó una riada de protestas.

– Y con las mujeres, ¿qué? -objetó alguien-. Es muy fácil ver cuando un hombre tiene una erección. Pero a las mujeres no se les empina nada.

– Los pezones -dijo Ana, displicente.

-¿Y qué? ¿Los inspectores tendrán que mirarle las tetas a todas las mujeres a diez centímetros de distancia para comprobar si se les han puesto bulbosos los pezones?

– Total, si tienen que ir observando todos los penes…

– Esos son detalles menores -dijo Rodríguez-, mañana buscaremos trescientos reclutas y los convertiremos en inspectores. Y dividiremos el balneario en dos: de cero a treinta y cinco años en un lado, de treinta y seis a noventa en otro. Esto del nudismo tiene que ser sin relajo.

El sábado hubo en Los taínos un acto solemne, en el que se presentó oficialmente el cuerpo de inspectores, y se inauguró una exposición de fotografías de Juan Carlos Alom. El Buró Nacional volvió a disfrutar de las bondades de la instalación, y para todos fue notorio que Nicanor y Ana tenían un affaire. Fue tan notorio que uno de los inspectores tuvo que advertir a Nicanor que fuera discreto.

El miércoles, la montaña de quejas y reclamaciones no cabía en las oficinas administrativas. Numerosas muchachas se quejaban de unos tipos casi rapados que les escudriñaban los senos y se los palpaban sin miramientos; centenares de hombres coincidían en denunciar a una horda de maricones que les miraban las entrepiernas con pasmosa desfachatez; madres que acudían con sus niños se quejaban de que los infantes debían bañarse en un sitio al que ellas tenían prohibido el acceso; señores maduros afirmaban contar unos escasos treinta y cinco años, y preguntaban si era su culpa que la vida los hubiera envejecido prematuramente. No menos frecuentes eran las protestas de individuos sorprendidos y expulsados por los inspectores, en el sentido de que resultaba totalmente arbitrario dejar a juicio de un recluta la determinación a simple vista de cuándo un pene estaba o no erecto. Según ellos, tales eran las proporciones normales de sus miembros, o bien sólo estaban a mitad de la erección, en tanto las ordenanzas proscribían únicamente las erecciones cabales. Incluso hubo quien basó su reclamación en el hecho de que su pene se había empinado a partir del momento en que el inspector empezó a mirárselo.

Lo más grave, sin embargo, aconteció el viernes, cuando quince individuos molieron a golpes a cuatro reclutas, acusándolos de haberse propasado con sus esposas. No contentos con apalear a los inspectores, los amotinados los violaron también, a guisa de escarmiento. Huelga decir que el viernes por la noche el Buró nacional fue convocado de nuevo.

– Hay que cerrar Los taínos -aconsejó palmariamente el secretario de Cultura-, la campaña va camino del fracaso, y lo que es peor, hemos descuidado otros frentes. Nuestra juventud no está preparada para esto, caballeros. Es un disparate mezclar el socialismo con la pornografía.

– Eso mismo se dijo respecto de la Iglesia -boconeó Ana- y ya ven. El disparate fue la segregación, y sobre todo el cuerpo de inspectores.

– Es verdad -dijo alguien- especialmente porque los trescientos reclutas eran de una sola unidad de Infantería. La Marina, los Guardafronteras, los Tanquistas, la Aviación, la SEPMI y hasta la Asociación de Combatientes han mandado unas cartas de protesta donde para empezar, nos acusan de quintacolumnistas.

– Eso es injusto. Tal vez nos precipitamos un poco, pero sin los inspectores, seguirían las violaciones.

Con los inspectores, siguen las violaciones. Y además, los abusos. Y la corrupción. Algunas llamadas anónimas hablan de que un grupo de reclutas controlaba la trata de blancas en el balneario.

– Bueno -dijo Rodríguez- hay una solución.

Nicanor, involuntariamente, se puso a rezar.

– Vamos a dar entrada al balneario exclusivamente por estímulo. Los jóvenes destacados en el estudio, el deporte, la ciencia, la cultura, los cuadros ejemplares de la organización, esos serán los que visiten Los taínos. Y sólo los jóvenes. También estoy pensando en los trabajadores de los contingentes agrícolas, los jubilados, las amas de casa…

Rodríguez no era, necesariamente, un inepto, ni un extremista. Dirigir una organización significa asumir unas cuantas toneladas de poder; liderar una organización juvenil siendo joven uno mismo, y sabiendo que es preciso compaginar esto con un poder superior, que puede estar embargado por objetivos humanistas pero no es joven ya, ni de cuerpo ni de pensamiento, anquilosa y aplasta.

No, Rodríguez no era un inepto. Tal vez un poquito comemierda, un tanto pusilánime, y mucho menos creativo que Nicanor, pero aspiraba de veras a solucionar las cosas. Tenía suficiente alcance de mira para ver que el camino del Eros socialista era riesgoso, pero no sabía cómo conjurar el riesgo. Y nadie, en su lugar, habría hecho mejor las cosas.

Nicanor, por su parte, sentíase echado a un lado, traicionado y humillado. Ana le exigía un rendimiento erótico propio de titanes, y le entregaba el equivalente como se lo había entregado antes a Rodríguez y a varios miembros de los dos últimos Burós; compartía sus ideas, pero hacía de las ideas su razón de ser. Ahora defendía el erotismo programático con el mismo denuedo con que había exigido otrora los análisis de base de los textos de la organización. Necesitaba una chispa ideológica para deflagrar; sin ese impulso último no era nada. Y Nicanor sospechaba que, en realidad, no era nada.

El Buró Nacional invirtió unos discretos recursos en inaugurar un Centro de Cultura Erótica Nacional en Los taínos. Videos provenientes del cine aficionado, más fotografías de Alom, poemas de Reina María Rodríguez, incluso un par de originales de Servando Cabrera llegaron y se quedaron en las oficinas y el recibidor del balneario. El Ministerio de Salud Pública creó asimismo un puesto de emergencia para chequear a todos los usuarios a la salida, en busca de huellas de violencia sexual. Por tercera vez en el mes, y con el perenne telón musical de la salsa más picaresca, Rodríguez leyó unas palabras de bienvenida, y un alud de vanguardias desnudos se posesionó de las arenas y el agua.

En los primeros días de agosto, Rodríguez recibió incluso algunas felicitaciones de la superioridad. Era innegable que el anhelo de refocilarse en Los taínos compelía a la gente a trabajar mejor, a estudiar con más brío, a investigar y sobresalir. Un país de voyeurs pugnaba por pasear sus vellos púbicos de frente y sin rubor por un trocito privilegiado de su geografía. En el resto de las playas, y con mayor razón tierra adentro, pasearse en cueros era delito; allí constituía una liberación y un premio. Eso bastaba para encender los fuegos.

Claro que, poco a poco, las entradas para el balneario llegaron a cotizarse a cien dólares en el mercado negro. Algunos elementos poco escrupulosos las vendían incluso a extranjeros, turistas ávidos de solazarse en medio de una masa de chicos tan trabajadores como desvestidos. Ciertos funcionarios empezaron a estimularse a sí mismos, y más de un ministro se convirtió en cliente habitual de Los taínos. Lo que es peor, continuaron los manoseos y alguna que otra violación, sólo que ahora resultaba más conveniente echarle tierra que develarla. Por otra parte, en muchos casos la víctima de los excesos ponía la vista en el futuro y hallaba mucho más conveniente arreglárselas con el sátiro. Y los sátiros no iban al balneario a predicar. Pues la moral no sólo varía según la época, el espacio o la extracción social, sino que depende también del sitio que se ocupe a uno u otro lado del micrófono.

Un domingo de agosto, en plena madrugada, un grupo de gente, mayoritaria aunque no exclusivamente joven, entró subrepticiamente al balneario, arrambló con un valioso lote de obras de arte, y antes de retirarse protagonizó una suculenta orgía en la arena, con lo que todas las prevenciones del sistema de Consultorios de Educación Sexual se fueron, definitivamente, al carajo.

No basta adaptarse, es preciso adaptarse a tiempo.

El balneario fue cerrado por reformas. Rodríguez, acusado de negligencia en su desempeño, fue destituido y relegado a otro cargo menor en la organización, en un núcleo de provincias. El ex-secretario de Cultura es ahora el presidente, y está estudiando un grupo de medidas con vistas a la posible reapertura de Los taínos. La más atractiva, según su punto de vista, consiste en dedicar el centro recreativo a nudistas ciegos y débiles visuales.

Nicanor y Ana han estado en prisión en tres ocasiones, por sucesivos delitos de escándalo público. Concretamente, fueron aprehendidos fornicando en diversas bibliotecas de Ciencias Políticas. En todos los casos, Ana ha admitido que el crimen fue idea suya.

                                                          19 de septiembre de 1996.   

comentarios
  1. Joaquin dice:

    ¡Nos vemos en «Los Tainos»!

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