OTRA, OTRA

OTRA, OTRA

El trovador terminó de cantar la última canción, se inclinó brevemente ante la multitud que lo ovacionaba, y salió de la escena. El público aplaudió con más fuerza, y siguió haciéndolo como de costumbre, para propiciar los bises.

-¡Otra! ¡Otra!

Después de diez largos minutos volvió a salir el trovador. Sin guitarra. Los más entusiastas chillaron, creyendo que les regalaría un tema a capella.

– No voy a cantar ni pinga -declaró el artista- aunque se pasen toda la noche ahí, no voy a cantar ni una más.

El público calló, desconcertado. Algunas viejitas preguntaron si habían oído bien.

– Es todo muy hipócrita en el fondo -continuó el trovador- los artistas se hacen los que terminaron, ustedes aplauden un rato, y ellos vuelven a salir y hacen lo que de todas maneras tenían ensayado. Pues yo no sigo el juego, porque me respeto, y creo que de esa manera los respeto a ustedes. Tengo un compromiso con la verdad. Si dije que terminé, terminé. Así que no pierdan tiempo.

Una parte de la fanaticada aplaudió todavía, en tanto otra guardaba un silencio enfurruñado. El artista se encogió de hombros y salió del escenario.

Media hora más tarde, en la salida de artistas, el trovador se sorprendió al descubrir una multitud que lo esperaba. No era ni la mitad de los que esa noche asistieran al teatro, pero todavía era mucha gente.

-¡Otra! ¡Otra!

– Pero, ¿a estos qué les dio? -preguntó al grupo de amigos que emergían con él- ¿es que no me oyeron allá dentro? ¿Pretenden que me ponga a cantar aquí en la acera?

– Nos emociona que nos respetes tanto, y eso hace que te adoremos todavía más -dijo un vocero del público- pero, por la misma razón, no podemos irnos a dormir sin escuchar otra canción.

-¡Flores de papel! ¡Desde ayer! ¡El mercado de la verdad! -pedían los expertos en su obra. Eran canciones raras o muy antiguas, temas de juventud que el trovador no se sabía bien y que, sobre todo, respondían a una estética que ya daba por superada. De hecho, lo encabronaba un poco que no le pidieran composiciones nuevas, como si sólo les gustaran los himnos y los años que lo lanzaron a la fama.

– Tienen que mamármela para que les cante eso -dijo, en voz lo bastante alta para que todos lo oyeran. Su representante lo miró angustiado. El público tuvo un momento de indecisión. El trovador llamó un taxi, se metió allí con los suyos y se fue.

A eso de la una se armó una gritería en los bajos del edificio donde vivía el artista. A la sazón descargaba con sus amigos y algunas muchachas; se asomó al balcón y vio, congregada abajo, a la cuarta parte del público del teatro.

– Hay una chiquita aquí que fue novia tuya y nos explicó donde vivías -gritó el vocero- y también dice que está dispuesta a mamártela si le cantas El blues controvertido.

-¡Esa era una manera de hablar! -estalló el trovador acosado- ¿no entienden que estoy en mi casa, con mis invitados? Necesito privacidad.

-¿Es que ya no te gusta cómo te la mamaba antes? -gritó la antigua novia, con la voz a punto de quebrarse- cómo has cambiado. Ahora reniegas de lo que eras.

Muchas veces lanzó él aquella acusación acerca de trovadores más viejos; siempre temió recibirla de vuelta.

– No quise decir eso -replicó- creo que eras una mamadora excelente, de verdad. En lo que a mí respecta, eres la mejor mamadora de la Habana.

-¿Y yo qué? -preguntó desde dentro la novia actual- ¿qué hay en la técnica de esa puta que no haya en la mía? Porque nunca te has quejado, acláraselo a esa gente.

– Disculpen, pero eso ahora es irrelevante -terció el vocero- de lo que se trata es de que nos cante un canción. Vaya, cualquier canción. Incluso No sé si soy.

El artista apoyó los nudillos en el reborde del balcón.

-¿Por qué «incluso»? No sé si soy es una buena canción. Al final tiene una secuencia de acordes…

– El estribillo es un poco bobo -comentó una voz anónima.

-¿Quién dijo eso? -inquirió el trovador, preocupado- A Sabina le gusta. Me lo dijo una vez.

– A Sabina lo que le gustó fue la mamada que yo le di -gritó la antigua novia- y a Serrat. Y a Rosario Flores.

-¿Por qué españoles nada más? -preguntó la novia actual, asomándose al lado del trovador y buscando abajo a su predecesora- yo le pasé la cuenta a Fito Páez y a uno de los Manic Street Preachers.

– Eso no me lo habías dicho -observó el artista.

– Caballeros, estamos perdiendo la idea central -dijo el vocero.

A las cinco de la mañana quedaban doce personas abajo, y el trovador estaba solo y muerto de sueño.

– Cántales cualquier bobería, mi vida -chilló una vecina- a ver si se van.

Su novia presente había terminado bajando a intercambiar experiencias con la antigua, y no volvió  subir. Los amigos y el representante vaciaron todas las botellas y se marcharon en algún momento posterior a aquél, pero muy anterior al actual. Los fundamentalistas, abajo, ya no gritaban «¡Otra!» pero igual discutían a mandíbula batiente. Los vecinos habían amenazado con llamar a la policía, y seguramente lo habían hecho, sólo que la policía, como es sabido, se demora un poco en llegar. A esas alturas, cantar un par de canciones no parecía un precio demasiado alto por su libertad. Tomó la guitarra, reprimió un oscuro impulso de hacerla trizas contra la pared, bajó y enfrentó a los fanáticos.

– Bueno, a ver, ¿cuál quieren?

– No, mira -dijo el vocero- precisamente acabamos de llegar a un acuerdo… creemos que tenías razón, después de todo. Y queríamos pedirte perdón. Es que… bueno, que a uno le parece que el artista se debe  su público.

– Eso es lo bueno que tiene el star system -dijo el trovador- los famosos viven en mansiones con cercas electrificadas. A mí me entra el agua cada tercer día… Pero en fin, ya me tienen aquí. ¿Qué les canto?

– No, no. No queremos nada. Hoy nos has dado una lección. Nos has enseñado a respetarnos a nosotros mismos.

– Somos tus discípulos -dijo el de la voz anónima.

– Bueno, pero una canción y ya…

– No cantes, de verdad.

Lo saludaron con respeto y se fueron. El trovador, desorientado, dio unos pasos por la acera. Luego se sentó en un banco del parque y cantó No sé si soy. En la secuencia final se le partió una cuerda.

1 de septiembre de 2004

comentarios
  1. Janitzia dice:

    Otro, Otro….jajajajaja…muy bueno, a veces me pregunto cuando y como lo de volver a salir al escenario se convirtió en parte del show…

  2. ecail dice:

    Una vez alguien me comento que leiste ese cuento en un concert de frank delgado, y la historia me encanto…. que bueno encontrarlo aqui….por casualidad esta en alguno de tus libros?

    • Fue en un concierto de Frank en el teatro Amadeo Roldán, por allá por el 2005. Y luego en varias peñas. Está en un libro inédito, Herejía, que espero publicar alguna vez en Cuba. Si eso ocurre -y ojalá que así sea- te enterarás por este mismo blog.
      E.

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