REC

 Todo el mundo se filma todo el tiempo.

 A mediados de los ochenta, tal vez en el 84, compré un proyector soviético de películas caseras en super 8. Mi amigo Luis Felipe era el orgulloso propietario de una cámara de cine de idéntica procedencia; unimos ideas y recursos y filmamos varios cortos de ficción en que actuábamos los NOS-Y-OTROS, alguna novia o esposa, algún amigo. Hablo de películas silentes, en blanco y negro, en trozos de dos minutos empalmados con cinta adhesiva para multiplicar su duración, que por demás había que vigilar durante el proceso de proyección para que no se trabaran o partieran. Aun así, sentimos que guardábamos para la historia momentos preciosos de nuestra juventud, los productos tempranos del desafiante estro colectivo de GNYO. Llegamos a enviar una carta a la Asociación de Cine Aficionado, con sede en la Casa de Cultura de Plaza, pidiendo con una mezcla de mesura y energía el reconocimiento de nuestro grupo como entidad creadora. No creo que nos contestaran nunca. Las películas duraron veinte años, hasta mediados de 2004: recién mudado al apartamento en que vivo, apilé los rollos que constituían nuestro legado cinematográfico en el piso de un closet. La pared que separaba el closet del baño tenía filtraciones y las tuberías estaban vencidas. El piso del closet se inundó. Buaaaah.

 Durante muchos años, filmar bodas y cumpleaños era un negocio próspero. Hoy día supongo que habrá decaído: todo el mundo tiene una cámara fotográfica con función de grabación en video, generalmente HD o incluso full HD. En principio, tamaña maravilla abre posibilidades ilimitadas: podemos filmar con calidad competitiva películas caseras, momentos excepcionales de esos en que uno piensa “coño, si ahora tuviera una cámara”, dejar testimonios y enseñanzas para nuestros hijos.

 ¿Hacemos todo eso? No. La verdad que no. Hay más videos de cada uno de nosotros que de Gardel o del Benny, de Einstein, Martin Luther King o el Che Guevara, pero la mayor parte del tiempo nos filmamos comiendo mierda, medio borrachos en fiestas, a familiares o niños que se empecinan en no hacer nada gracioso en ese momento o no repetir el chiste que nos pareció genial, posando en vacaciones ante edificios exóticos como posamos para fotos, o bien en pornos privados en que nos vemos invariablemente gordos y nuestra pareja luce aburrida o, lo que es peor, mucho más entusiasta que uno.

 ¿Borramos todo eso? No. La verdad que no. Lo guardamos con la certeza de que cuando seamos viejos vamos a verlo y nos moriremos de risa. Mentira, nadie ve nada. A nuestros hijos y nietos no les interesa ver a sus ancestros haciendo el ridículo veinte años atrás, y nosotros seguimos contentándonos con fotos. No hay nada más sombrío que la expresión de un amigo al que le decimos “quiero que veas estos videos familiares del 95, en el hotel Pinar del Río” o “mira, no te pierdas a tu primo cantando karaoke en una actividad de la Empresa por fin de año”.

 Filmamos con cámaras, con teléfonos móviles, con toda suerte de adminículos. Guardamos en discos, compartimos en Facebook, subimos a Youtube. Vanidad, esa es la respuesta. Llenamos ambos mundos, el virtual y el absurdo, con el eco grabado y estéril de nuestra vanidad y Weltschmerz, nuestro miedo a la muerte, al vacío, a la intrascendencia. De eso no hay HD que nos salve. Todo lo más, conseguimos preservar una grisura estéreo y sin pixelados.

 Bueno, voy a tomarme un descanso, un par de meses o cosa así. Dicho de otro modo, es poco probable que suba nuevos artículos a este blog antes de marzo. Es mi decisión, pero para los suspicaces sugiero algunas explicaciones alternativas:

-El oficial de la Seguridad que me atiende me orientó un curso de superación.

-El oficial de la Seguridad que me atiende me anunció que van a torturarme todas las tardes de 5 a 7.

-Tengo un viaje, y el oficial de la Seguridad que me atiende me dijo que no jugara más con la cadena o no me movía de aquí. Y que le trajera unos zapaticos a su niña. Talla 34.

 La verdad es que estoy un poco aburrido. Lo del post semanal empieza a parecerse demasiado a un trabajo de oficina. Debo recordarme por qué lo hago, acumular algunos temas nuevos. En los próximos meses quiero escribir un puñado de cuentos y tal vez filmar algo sin sentir la presión del artículo de los martes. Y, last but not least, necesito recargar de paciencia mis maltrechas baterías: muchos de ustedes son respetuosos y elegantes en la coincidencia o la polémica, otros meramente curiosos, pero hay un montoncito de cerdos a los cuales estoy harto de echar perlas.