ZUMBADO

Publicado: 14-06-2016 en Sin categoría

Una mañana, allá por los remotos ochenta, los NOS-Y-OTROS fuimos a casa de Zumbado a proponerle un nuevo relato para la sección La Bobería de Bohemia. Enardecidos, le leímos el texto, que creo recordar era de Luis Felipe. Se trataba de un falso ensayo histórico; en cierto momento, el personaje iba al hipódromo y apostaba todo su dinero a un caballo al que apodaban La babosa lenta. A nosotros nos parecía graciosísimo… pero a Zumbado no tanto. La idea es buena, nos dijo, pero el chiste se pasa, es excesivo, farsesco; hay que buscar una variante más sutil. Primero discutimos -yo sobre todo, pues Felipe es de talante más bien dulce- pero aun haciéndolo empezamos a buscar lo que nos exigía el maestro. Al cabo, di con que al caballo lo llamaran Software. Eso es, dijo Zumbado, Software dice lo mismo, pero deja que el lector ponga de su parte, lo hace sentir inteligente al descifrar el pequeño acertijo que le proponemos, ¿se dan cuenta? Elegancia, insistió, esa es la clave.

Elegancia sería, desde luego, una buena palabra para definir a Héctor Zumbado. Y no en meros asuntos de vestimenta. Zumbado era un tipo con clase, y eso se notaba al tratarlo, pero sobre todo leyéndolo. Su humor no era feroz aun cuando hiciera pedazos la petulancia del burócrata, la obtusa fidelidad del funcionario. Hay un montón de textos suyos que uno quisiera haber escrito, clásicos absolutos que te llevan a pensar coño, después de esto ya uno puede morirse. Pero Zumbado tomó la muerte sin prisa y el absurdo con la sonrisa en los labios. Para mucha gente, la sonrisa es un arma social, como el auto o el móvil; para el humorista, su estado natural, la única manera de estar vivo.

Zumbado ejerció ese suave magisterio, que no necesita de aula -aunque probablemente de un mojito- con cuantos le rodeaban. Con NOS-Y-OTROS fue particularmente gentil. Nos hizo una entrevista para Somos Jóvenes allá por 1986, escribió una crónica para Juventud Rebelde en 1988, por el sexto aniversario del grupo. Desde luego, a esas alturas él no lo necesitaba para rellenar su CV; nosotros sí.  Nos integró al consejo de redacción de La Hiena Triste, una revista de la Sección de Humorismo de la UNEAC, junto a figuras legendarias como Juan Ángel Cardi, Evora Tamayo o él mismo. Nos llamó a colaborar en La Bobería cuando le ofrecieron dirigir la sección. Vio, o creyó ver, algo en nosotros, algo que lo llevó a apostar por el grupo una y otra vez. Y en ese entonces éramos mozalbetes de veintidós, veinticinco años, que aún no habíamos demostrado nada. O casi nada.

Como tuvimos frecuentes reuniones en su apartamento, alguna vez me asomé a su cuarto y vi que encima de la cama tenía un enorme cartel, que seguramente tomaría prestado por ahí, que rezaba Aquí no se rinde nadie. De nuevo elegancia, intertextualidad, ingenio.

La cubanía de los textos de Zumbado está fuera de duda. Hay fenómenos y tipos sociales que definió, clasificó y nombró como un Adán, como Ortiz, Cuvier o Humboldt: el sinflictivo, Chapucio, la muela, el guaguabol, Don Quijote de la Cancha, el anti-pan, el asere aegypti, la harakrítica, Audacio, Timoncio, Festivaldo… Si Vampiros en la Habana, de Juan Padrón, ha sido la película que mayor cantidad de frases populares ha recogido o convertido en tales, los textos de Zumbado son su equivalente literario.

Limonada (1978), Riflexiones (1980), Amor a primer añejo (1980), ¡Esto le zumba! (1981), Prosas en ajiaco (1984), Riflexiones II (1985), Nuevas riflexiones (1985), Kitsch kitsch bang bang (1988)… por ahí quedaron esos y otros libros, esas crónicas de sencillez inigualable que permanecerán en el gusto de la gente mientras la gente lea y recuerde. En ellos se encuentran piezas concretas que otros humoristas como Virulo y Carlos Ruiz de la Tejera (EPD) llevaron a escena o arroparon con música: La guagua, El hombre que quería enlatar el sol, La croqueta, Amor a primer añejo…  A este respecto tengo, creo, una buena noticia. Después de graduarme de Historia del Arte en 1985, trabajé por un tiempo en el Ministerio de Cultura, primero en la Dirección de Divulgación y luego en la de Aficionados; allí tuve un jefe, Leyva, con espíritu creativo, que se las arregló para fundar un boletín del centro. Para el primer número me pidió “chico, tú que tienes guara con Zumbado, pídele que escriba algo especial para nosotros”. Lo hice, y el buen samaritano encontró tiempo para pergeñar Riflexionando acerca de las Casas de Cultura, un texto breve que hasta el día de hoy permanece inédito… fuera, claro, de los límites del boletín Hontanar (nombre un poco rebuscado, de acuerdo).

Hace muchos años Zumbado tuvo un accidente acerca del que circularon rumores: que si estaba borracho y se cayó, que si lo atacaron, que si fue una emboscada… Lo cierto es que el suceso le dejó secuela, le costaba trabajo comunicarse, hilvanar sus palabras. Desde entonces dejó de ser noticia, no volvió a publicar, se convirtió en otro de esos grandes de la cultura cubana (en el sentido amplio, esto es, incluyendo a científicos y deportistas) de los que la gente y las autoridades pronto se olvidan aunque todavía citen sus frases y sus hechos. Para variar, hace un par de años aparecieron dos antologías casi simultáneas; tengo una de ellas, la compilada por Antonio Berazaín, que me parece estupenda. Y el 24 de octubre de 2012 el Centro Promotor del Humor le hizo un homenaje en la sala Llauradó en ocasión del lanzamiento de Un zoom a Zumbado (la mencionada antología del Bera) al que asistió, vacilante y casi mudo pero todavía sonriente, el anciano genial. Allí, admiradores y discípulos escucharon a Carlos Ruiz, Virulo y Osvaldo Doimeadiós contar anécdotas y escenificar textos de Zumbado. Fue la última vez que lo vi.

Pero nunca dejaré de leerlo.

(14 de junio 2016)

SOY ESQUIMAL

Publicado: 10-06-2016 en Sin categoría

 

Como he dicho antes, ando hace unos días por Europa, invitado a un par de festivales de cine. Me he reencontrado con algunos amigos y he conocido, como es natural, a mucha gente. Todos, al saber que soy cubano, me miran de arriba abajo y enseguida se sienten en la necesidad de preguntarme cómo veo la  Cuba de hoy, qué creo del desfile de Chanel y la visita de Obama.También se te acercan algunos compatriotas emigrados, ansiosos por hablar en cubano fresco.
La curiosidad es comprensible: Cuba vuelve a ser noticia, a estar de moda.  Lo que sucede es que a menudo siento deseos de convocar a los preguntones en cualquier espacio público y responder a todos de una vez, si prometen dejarme tranquilo más tarde. Estoy urgido de normalidad, esa normalidad por la que clamaba Padura. Los cubanos necesitamos ser normales, no destacar más allá de nuestros propios méritos y diferencias, despojarnos del cartel y la flecha que nos señalan como exóticos y, a los ojos de aduaneros y policías, un poquito peligrosos. En Austria la camiseta más popular entre los turistas es la que reza: In Austria there are no kangaroos. De eso hablo. Y no les habrá sido fácil, siendo la patria de Hitler, de Freud y casi de Mozart. No me entiendan mal: estoy orgulloso de mi nacionalidad. Lo que me incomoda es la maldición de que mi nacionalidad me convierta en un freak.
No es ni mucho menos mi primera vez por estos lares, pero los términos han variado poco: históricamente he escuchado desde las preguntas más ingenuas (¿Ustedes saben lo que es una computadora? ¿Tienen computadoras en Cuba?) hasta otras que tendrían que ser redirigidas al inner circle de Raúl Castro. El rango de curiosos abarca desde los que me pegan una palmada en el hombro y me instan, con voz conmovida, al sacrificio (¡Resistan, compañeros!) hasta aquellos que dan por sentado que voy a emigrar, que sólo vine para quedarme. Si digo que, con todo y sus contradicciones, quiero vivir en mi país, mueven comprensivos la cabeza y piensan: Claro, pobrecito, eso es lo que está obligado a decir. Si critico con dureza alguna arista de la realidad cubana, asumen que lo hago porque estoy en Europa. Dicho de otro modo, tus palabras siempre pasan por un filtro diseñado por los medios masivos.
Mentiría si dijera que no disfruto, hasta cierto punto, la situación descrita. Eres interesante, eres especial sin abrir la boca. Pero el momento en que empiezo a sentirme incómodo llega bastante rápido…  cuando comprendes que no puedes hacer nada, que varias décadas programáticamente apartados del mundo nos conviertieron en una suerte de buenos salvajes, que a cada paso tropezamos con trámites que te exigen una cuenta bancaria o inodoros de indescifrable manejo. La imagen del cubano turista es reciente y todavía insólita, en tanto la del cubano en funciones de trabajo aún sugiere cierto tinte oficialista. Te miran como un bicho raro porque lo eres, y tomará mucho tiempo y muchos cambios volver al montón.
Son pocos los que me preguntan de arte, de influencias, de gustos. Con un cubano, al parecer, se habla de política de la misma manera que con un nativo de Liverpool se habla de los Beatles. Para eso estamos, es lo que nos toca en la distribución mundial de clichés. Por mucha información que se tenga al alcance del teclado, el ciudadano común se entera de lo que ocurre en el mundo por los noticieros, no pocas veces sólo por los titulares, y ya se sabe de la traza que por lo general ostentan los titulares sobre nosotros.
La próxima vez diré que soy esquimal. Seguiré siendo raro, pero por lo menos no me preguntarán de política.
Claro que entonces no tendré un abrigo adecuado. Ya saben, uno siempre guarda en el fondo del closet un abrigo grueso que en Cuba no usa jamás, o en el mejor de los casos uno o dos días al año, cuando el termómetro se va de juerga. Ese es el abrigo de viajar… sólo que es el tipo de prenda que estaba de moda cuando Elvis empezaba a usar vaselina. En el pelo. Es un abrigo que se ve viejo y huele a viejo; en otras palabras, no es un abrigo esquimal, sino cubano, así que los europeos seguirán mirándome de arriba abajo y diciendo «Pobrecito…»
Como decía Ramón Fernández Larrea, es difícil vivir sobre los puentes.
(10 de junio 2016)

GUTENBERG

Publicado: 07-06-2016 en Sin categoría

 Sería probablemente en 2001 cuando cuatro alemanes sonrientes se nos acercaron a Daniel Díaz Torres y a mí en el festival de Fribourg, Suiza, donde presentábamos Hacerse el sueco, su más reciente película, y dijeron que querían hablarnos. Fuimos a cenar y uno de ellos, con un sospechoso parecido a Eric Idle de Monty Python, nos explicó de qué se trataba: planeaban invitarnos al pequeño festival que celebraban en Frankfurt, dedicado al cine cubano. Dijimos que sí, naturalmente, y unos meses después estábamos allá. Desde entonces he visitado la vieja ciudad en cinco o seis ocasiones, incluida esta que comenzó ayer por la tarde.

 Como mis cortos pasan miércoles y jueves, un socio nativo me invitó a aprovechar el martes visitando Mainz y Wiesbaden, dos ciudades cercanas. Mainz, Maguncia, la antigua Mogontiacum romana, capital de Renania-Palatinado, es además y sobre todo la ciudad natal de Johannes Gensfleisch (carne de ganso) Gutenberg, el inventor (en el hemisferio occidental) de la imprenta, y en ese sentido tal vez la personalidad más relevante del pasado milenio. Visité el museo donde se conservan dos ejemplares de su famosa Biblia, el primer libro impreso en gran escala de la historia (occidental). Pasé rápidamente por la iglesia de San Stephan, con los famosos vitrales realizados por Marc Chagall a fines de los años setenta del siglo pasado, y luego un buen rato en las instalaciones del canal televisivo ZDF, evocando con tristeza las descojonadas instalaciones de la televisión cubana. Luego fuimos a Wiesbaden, enclave en la antigüedad de termas romanas…

Pero Gutenberg se llevó la palma. Su invento cambió la historia como ningún otro. Las cuarenta y dos líneas por página de su Biblia diseñaron el mundo moderno. Antes, todo lo copiaban los monjes; a partir de él, sólo tenían que venir los iluminadores a hacer las letras capitulares a mano, y otro especialista las primeras líneas, en rojo, del texto de cada sección… Poca cosa, comparada con la parte que ponía Gutenberg con sus tipos móviles y su imprenta, cuya plancha de impresión, por cierto, era una vieja prensa de uvas de las que se empleaban habitualmente en esa región vinícola.

Qué poca cosa somos ante hombres como ese…

Ps: Ha muerto Héctor Zumbado. Qué tristeza. Fue un buen socio y un maestro, uno de los grandes. Con él los NOS-Y-OTROS aprendimos muchísimo, y nos tiró tremendos cabos.

(7 de junio 2016)

 

ARTE Y LEYENDA

Publicado: 03-06-2016 en Sin categoría

Gracias a una amiga, ya están en YouTube mis cortos Arte (2015) y La leyenda de los Abominables Hombres de Confianza (2016). Que los disfruten.

(3 de junio 2016)

 

LOSER

Publicado: 31-05-2016 en Sin categoría

Me inquieta el concepto de que la vida es una batalla en la que, para ganar, hay que joder al otro. Y encima, escarnecerlo con epítetos como perdedor o fracasado.

A juzgar por las películas americanas, la de perdedor parece casi una profesión. Steve is a loser, dice un personaje con el tono con el que afirmaría que Steve es músico, equilibrista o diabético. Uno diría que Steve no sólo escogió ese camino sino que ya no puede salirse de él, que es un perdedor nato de la misma manera en que puede ser pelirrojo o enano. Steve padece una condición que lo hace inelegible para ciertas alianzas, para determinadas misiones. Ser un perdedor es peor que tener alguna discapacidad física, pues el discapacitado inspira simpatía y es políticamente incorrecto segregarlo, en tanto al perdedor lo rehúye todo el mundo.

El mundo de hoy nos exige el éxito, la delgadez y la sonrisa. Mantenerse joven. No tener escrúpulos y sí buen sentido de la oportunidad. Saber usar a los demás: la solidaridad es cosa de las ONG.

Más que como un lobo, el hombre se comporta como un espermatozoide en relación con sus semejantes: sólo uno puede ganar, los demás son basura para tirar. Ahora bien, resulta obvio que, de la misma manera que el que pierde en un concurso (musical, literario, de agilidad mental, lo que sea) no es necesariamente mediocre o fracasado, sólo que hay un montón de aspirantes y un único premio, los Steve de este mundo no tienen por qué ser perdedores sistemáticos: ese mismo concursante puede ganar la próxima vez y el vencedor de ahora resultar derrotado. Sin embargo, el triunfador inexperto cree que sólo consiguió el éxito gracias a sus méritos, a su talento, a que es un winner desde el ADN. Al considerar su victoria tiende a soslayar variables como la suerte, el azar y el coeficiente de hijoeputez en sus relaciones con los demás, y prefiere creer que está empotrado en una casta a la que pertenece por derecho. Evita el roce con los perdedores y los satiriza y fustiga cuando puede. Si de algo está seguro es de que nunca será como ellos.

De Spencer a Trump las sociedades modernas, en especial la norteamericana, han educado a los jóvenes para competir ferozmente, han repetido que sobreviven los fuertes, que hay que luchar como sea para llegar arriba, que nadie te ayudará o te regalará nada, que no puedes ayudar a nadie. The rejection, un cuento de Woody Allen, refleja sabiamente esa rivalidad que rige a todos los niveles: un magnate de origen ruso se angustia porque a su hijo no lo han aceptado en el mejor parvulario de Manhattan, lo que desde su punto de vista ya significa que el chico va a ser un fracasado, un loser durante el resto de su vida.

Competir es saludable y necesario, pero aplastar al derrotado y considerarlo inferior resulta enfermizo, una exacerbación del darwinismo social, una manera elegante del fascismo. Tampoco es que el igualitarismo superficial, abrumador y abúlico del socialismo real sea la solución ni mucho menos: descreo de toda igualdad levantada sobre la abolición de la iniciativa. La ambición personal es un buen motor para el progreso… mientras respete el derecho ajeno, como diría Juárez, mientras no justifique y estimule dar de puntapiés al desdichado que atraviesa circunstancias adversas. No es ganar a cualquier precio: tener cada vez más dinero y, en consecuencia, mayor poder, es una filosofía pragmática y deshumanizada, el súmmum del individualismo, que genera frases como la bondad es debilidad o si muestras lo que sientes podrá ser -y será- usado en tu contra.

En la Cuba de hoy ciertos cambios instrumentales están ocurriendo muy de prisa, en tanto los estructurales se dilatan o simulan; mucha gente, ahora, cree que asumiendo la actitud de este es un mundo competitivo que yo no inventé, yo voy a lo mío y lo que te ocurra no es mi problema es más moderna, e incluso que parece más americana.

Tal vez, diciendo esto, estoy fuera de moda. Tal vez soy un poquito como el necio de la canción de Silvio. O quizás, simplemente, me estoy poniendo viejo.

(31 de mayo 2016)

 

EL PUENTE SOBRE EL INN

Publicado: 25-05-2016 en Sin categoría

Desde el martes 24 estoy de nuevo en Innsbruck, Austria, participando con mis cortos Arte y Épica del 25 IFFI. Luego de dos semanas debo ir a Frankfurt, y el 11 de junio regreso a Cuba. Hoy estuve impartiendo una clase magistral en el Campus universitario acerca de la escritura de guiones. Luego vi la hermosa Taxiphone, del director argelino Mohammed Soudani. La recomiendo.

LAS LEYES DE MURPHY

Publicado: 23-05-2016 en Sin categoría

Cada vez parece más dudoso que la naturaleza, la sociedad y el pensamiento se rijan por las leyes que laboriosamente hemos formulado para tratar de explicarlos. En cambio, diríase que la única que en verdad los ha calado hondo es la Ley (las leyes) de Murphy. Es más, creo que el ser humano ha subido un peldaño en la evolución, se ha vuelto más maduro y civilizado al asumir los célebres postulados.

Si algo puede salir mal, saldrá mal.

Esa es la matriz, la ley primigenia, enunciada a mediados del siglo pasado y recogida junto a un buen puñado de corolarios y derivaciones en el libro de Arthur Bloch. Tan famosa se ha hecho esta ley empírica pero imbatible que existen volúmenes de las leyes de Murphy aplicadas a la maternidad, los médicos, los estudiantes, etc.

Primera ley de Finagle: Si un experimento funciona, es que algo ha salido mal.

Cada solución genera nuevos problemas.

La pieza más cara es la que se rompe.

Un objeto caerá donde haga el mayor daño posible.

La otra cola siempre se mueve más rápido.

La mancha siempre está del lado de afuera del cristal.

Un objeto que cae al suelo rodará hasta el sitio más inaccesible de la habitación.

La mejor manera de echar limón a un pescado es ponerse el pescado en el ojo.

Cuando un cuerpo se sumerge en agua, suena el teléfono.

La probabilidad de que la tostada caiga con la mantequilla hacia abajo es directamente proporcional al precio de la alfombra.

Etcétera. La naturaleza es perversa, de manera que cualquiera puede reconocer esos principios y sentir que reflejan su día a día. Cualquiera, en verdad, pues Murphy es también el Gran Igualador de ricos y pobres, ateos y devotos, fundamentalistas y descreídos. En su formulación se conjugan ingenio, humor y también un poquito de amargura, un saberse derrotado de antemano por la rebelión de los objetos. Tal vez hemos dedicado demasiado tiempo a mirar arriba, tal vez olvidamos que por lo general no son el destino, la extracción social o los demás quienes nos encabronan y nos vencen, sino la falta de lógica inherente a las cosas pequeñas. Pongo un reciente ejemplo personal:

 Hace poco tenía que llegar a un sitio a una hora específica. Justo cuando iba a salir, empezó a llover. Detesto llegar tarde a mis citas, así que salí de todas maneras. Una cuadra antes de llegar a destino, escampó. Apenas terminaba la visita, se fue la luz. Como el elevador no funcionaba, bajé cuatro pisos por la escalera a tientas. Al llegar abajo, recordé que había dejado un importante paquete arriba, así que volví a subir a ciegas, lo recuperé y bajé de la misma forma, rezando por no partirme la cabeza como consecuencia de un paso en falso. Apenas gané la calle vino la luz.

La ley de Murphy es la voz de Dios. De hecho, Él te insta a sufrir acá en la Tierra con la promesa de que en el Cielo será otra cosa. Eso debe significar que en el Cielo nuestra fila avanzará más rápido y la mantequilla quedará hacia arriba. Entretanto, podemos ir a la Luna o derrocar un gobierno, comunicarnos instantáneamente con el otro lado del mundo o clonar un ser humano, pero un objeto que se nos cae al suelo seguirá rodando hasta meterse debajo de ese mueble pesadísimo, de donde habrá que sacarlo haciendo semicírculos a tientas con un perchero. Y así ocurrirá hasta que se acabe el mundo… lo que seguramente tendrá lugar mientras estemos enjabonados y con champú en los ojos.

(23 de mayo 2016)

YO, TÚ, EL ARTISTA

Publicado: 17-05-2016 en Sin categoría

¿Qué es, quién es el artista cubano de hoy? ¿El afortunado producto de las escuelas de arte? ¿Un vividor que ha encontrado la manera de pasarse la existencia vacilando, sin trabajar? ¿Un mecenas que, en lugar de irse a África a apadrinar niños como las estrellas de Hollywood, los tiene acá a la mano y abre espacios para ellos y los visita después de los ciclones?

Para el cubano de a pie, el artista es desde luego un tipo con suerte. Se levanta a la hora que le da la gana, se pasa el día, aparentemente, sin hacer nada –esto es, soplando una cornetica, embarrándose de colorines en su estudio como un chama o aporreando un teclado- y la vida, injusta como es, lo premia con un montón de viajes, muchísimo dinero y sistemática presencia en los medios masivos. Y uno de bestia. Por si fuera poco, dice cosas por las que ese mismo ciudadano corriente explotaría como Cafunga, y al muy cabrón no le pasa nada. Algunos que se fueron han regresado tan frescos y retomado acá su fama donde la dejaron.

La imagen romántica del ente sufrido y apasionado que se muere de hambre antes de traicionar su arte, que desprecia a los mercaderes y es despreciado por ellos, que se decanta decididamente por el espíritu y reniega de la frivolidad y el lujo ha quedado atrás para ser sustituida, en la percepción popular, por la del tipo que triunfa en los negocios y ha sabido cogerle la vuelta al sistema, aportando la dosis tolerable de crítica pero siempre a la caza de la oportunidad para orear el alma. Nuestro estrellato es artesanal, de segunda mano, al ciudadano le parece engreído y ridículo el artista que no esté siempre disponible, que se crea cosas, que se haga el diferente, el profundo. Cuando se queja de sus problemas o dice ser una persona normal, los demás lo miran enarcando una ceja y pensando qué sabrá ese tipo de las verdaderas candelas de la vida

Desde el punto de vista del poder, antes se consideraba traición, o poco menos, el excesivo flirteo del creador con los espacios internacionales. Ahora, por el contrario, es como si el Estado prefiriese que el artista se busque la vida por ahí, exponga sus piezas o baile o dé conferencias en sitios exóticos y deje de joder en suelo patrio. Conviene más el creador que tiene algo que perder, o bien que se larga de Cuba si se le pone el dado malo, que aquél otro cuya aspiración es, todavía, sacudir conciencias y generar iniciativas por acá. La Ley de Cine, por ejemplo. De quienes se quedan en su país, el poder espera que entonen loas cada vez que se les pida, que siempre estén disponibles para galas, homenajes o para realizar películas patrióticas; que no se enojen o se traguen su rabia si cualquier extranjero recién llegado –el equipo de Fast and Furious que en estos días ha rodado en La Habana, por ejemplo- recibe la atención y los permisos que los creadores nativos se las ven moradas para conseguir; que no protesten si les pagan tarde y mal, si sus criterios son ignorados y quedan sin respuesta sus demandas. Su rebeldía es tomada, en el mejor de los casos, por simpáticas excentricidades inherentes a la personalidad creativa; en el peor… bueno, puede que los medios masivos dejen de hablar de ti por un buen tiempo. En cuanto al artista emigrado, ya no se le borra de los registros como antes, sólo se le deja en modo reposo, en baja intensidad, pues quién quita que tenga éxito y vuelva en unos años trayendo de la mano a unos inversores entusiasmados.

Dondequiera los artistas pueden ser incómodos, pero siempre se las arreglaron para encontrar su nicho, su zona de confort, una demanda social que satisfacer. En Cuba hay mucho talento, y todavía algunos nombres convocan multitudes, pero la mayoría de los creadores –y no necesaria ni exclusivamente los nuevos– busca atajos para el éxito, necesita triunfar rápido: la creciente marea de pragmatismo ha recortado la espiritualidad y convertido el arte en otra manera de luchar. En todo caso, parece bastante claro que ni la gente ni el gobierno sabe muy bien qué hacer con este grupo, dónde ponerlos o qué rasero aplicarles. Eso sí, todos se abrogan el derecho a piratear sus obras.

(17 de mayo 2016)

LOS VIEJOS

Publicado: 10-05-2016 en Sin categoría

Mi cuento Senectud Rebelde (aparecido en el volumen Todo por un dólar, publicado por H. Kliczkowski en Madrid en 2006), hablaba de un habanero con iniciativa que abría, a escondidas de los inspectores, un asilo de ancianos por cuenta propia. En ese momento parecía una idea divertida, y además vagamente irreal: mi hija menor estaba en edad preescolar e iba a un círculo privado no lejos de casa –en esencia una señora, propietaria de una casa con patio, que cuidaba niños- y pensé que a nadie, que yo supiera, se le había ocurrido mirar con sentido práctico a la otra punta de la vida.

Bueno, ahora mi generación está en edad de tener que ocuparse de sus padres. Esto no es una metáfora política, es literal: tengo varios conocidos que llevan años atendiendo ancianos que no pueden valerse por sí mismos. Día a día, noche tras noche, acuden a su llamado, los alimentan, los lavan, los medican, los acompañan. En el país no hay asilos suficientes, y muchos de los que hay  han devenido meros almacenes de viejos sin las condiciones adecuadas, algo que nadie querría para sus padres; no pocos son verdaderas antesalas del infierno. Cuando aparece alguno más o menos decente, no es raro que los angustiados descendientes descubran que las plazas se consiguen mediante soborno. Por otro lado, si intentan contratar a una persona que los ayude a cuidar al progenitor desvalido en casa, deberán pagar precios abusivos y correr riesgos diversos: descuido, robos, maltratos…

Es duro para los ancianos ser echados a un lado. No creo que por tener méritos revolucionarios en su pasado merezcan más atención que quien no los tuvo, pero sí es lógico que muchos de ellos se sientan traicionados por un gobierno a cuyas ocurrencias consagraron sus mejores años. Es duro también para sus hijos encargarse de ellos sin ayuda, cuando la vida cotidiana, aun sin personas enfermas y dependientes, ya da bastante trabajo. Tengo un amigo ciego que debe ocuparse de sus padres. Tengo otro que lleva años sin dormir una noche entera, atendiendo, con la esporádica ayuda de una hermana, a su madre postrada. Apenas tiene vida social… bueno, apenas tiene vida. Lo hace porque no le queda otra, porque uno no abandona a su madre, pero sé perfectamente cómo piensa, sé de su desesperación y su fatiga. Es un profesional de mi generación, pero ha tenido que reducir al mínimo su trabajo y su proyecto de vida. Indefinidamente.

Y esos son ancianos con suerte, pues al menos tienen quien vele por ellos. Otros viven gracias a los envíos de algún hijo emigrado, pero están esencialmente solos.

Otros no tienen a nadie.

No hay adónde volverse. El Estado no hace nada, el Estado tiene otras ocupaciones. Evidentemente, para el Estado unos viejos son más importantes que otros.

P.S.: El 5 de mayo murió el poeta, periodista e investigador Bladimir Zamora. Lo conocía desde los años 80, cuando yo colaboraba y él trabajaba en el Caimán Barbudo. Los de GNYO lo llamábamos en broma Slawomir Bamorek, el poeta de la Malá Strana, como si fuera checo, cuando en realidad era todo lo cubano –bayamés- que se puede ser.

P.P.S.: Words Without Borders (WWB) me ha publicado un cuento (en español Contra la corriente, en inglés Swimming upstream) en su edición de mayo de 2016. Este es el linkhttp://www.wordswithoutborders.org/article/may-2016-cuba-swimming-upstream-eduardo-del-llano-dick-cluster

(10 de mayo 2016)

GUILLERMO TELL, revisited

Publicado: 03-05-2016 en Sin categoría

Después de terminado un Congreso del Partido en que la abrumadora mayoría de los delegados eran profesionales o dirigentes, blancos, y más del noventa por ciento mayores de treinta y cinco años –de edad física, se entiende; de edad mental probablemente todos rebasaban los setenta- me vienen a la mente la canción de Carlos Varela, el hijo de Tell y su anhelo por maniobrar con la ballesta del padre.

El grueso de mi generación, y tal vez también de la que me sucedió, aún quería utilizar esa ballesta que Tell estimaba podía estropearse en manos distintas a las suyas. Como los socialistas utópicos, confiábamos hasta cierto punto en que podríamos propiciar una sucesión generacional razonable si tan sólo conseguíamos convencer al rudo ballestero de Uri de cuán sensatos y bienintencionados éramos, de que la idea que nos movía era utilizar el arma de manera más cómoda, práctica y moderna, pero básicamente para lo que estaba diseñada, esto es, para tirar la flecha. Ingenuos, suponíamos que el padre se merecía un descanso y, una vez persuadido, agradecería nuestro ofrecimiento.

Hoy Tell y sus compadres no pueden, no ya tirar la flecha con un mínimo de seguridad de que dará en el blanco, sino cebar la ballesta, alinear la flecha, recordar cómo se dispara. Está viejo y cegato, pero es más tozudo que nunca, sigue proclamando que partirá la manzana por el medio y ni siquiera se da cuenta de que el bisnieto –pues el hijo tuvo descendencia- hace rato que se ha ido, y está en otro rincón de la plaza de Altdorf con su Iphone 6 en la mano, porque allí hay WiFi; precario y carísimo, pero conexión al fin. 

 Al bisnieto de Guillermo Tell no le interesa en lo más mínimo utilizar la ballesta familiar, ni ninguna otra. No quiere adaptarla a su manejo, tomar la responsabilidad de proponer un nuevo método de uso, ni siquiera exige que el anciano guerrero ocupe su lugar y se arriesgue al tiro. El chico sólo piensa en su progreso personal, en vivir mejor, en tener los derechos y posibilidades de cualquier otro joven del mundo, y su mente está limpia por completo de metarrelatos liberadores, de la idea de unirse para luchar por una causa, de enfrentar la injusticia y virar esta tierra –o cualquier otra- de una vez; si un estado de cosas no le conviene, se muda a otro sitio donde el statu quo sea más de su gusto. No quiere, en suma, cambiar el mundo, su proyecto de vida es pragmático y simple como un tema de reguetón.

Resulta estremecedor que a dos décadas y media de su estreno, la canción siga reflejando el enorme abismo generacional que divide a nuestra sociedad, esa grieta, diríase, de tierra ferozmente castigada por un sismo. Y cada vez es peor, naturalmente, pues los viejos son más viejos y los jóvenes… maduran. El lenguaje de Tell y los suyos sigue siendo el mismo, el del recelo, la desconfianza en las intenciones de cualquiera que no esté plenamente integrado a sus filas. (Y, como demuestra la historia reciente, incluso en las de aquellos que lo están). Según su modo de ver, ellos tienen la salvaguarda de la nación, y ningún otro proyecto, ningún otro discurso, ni la más mínima desviación son admisibles –bueno, a veces hay que tolerarlas estratégicamente, aunque la idea soterrada es volver atrás tan pronto sea posible- pues la nacionalidad misma se iría al  garete…

 Pero volvamos a tierra helvética y al siglo catorce. Guillermo suda, la mano le tiembla, no oye bien. Lo irónico es que no sólo el chico con la manzana en la cabeza ha cambiado, sino que ni la manzana es la misma. Tampoco hay público en la plaza de Altdorf, la gente se ha cansado de esperar, muchos se han ido refunfuñando que lo de la maravillosa puntería del ballestero era puro cuento, y los pocos fanáticos que aún vivaquean por allí están, como el bisnieto, ensimismados en sus tablets y teléfonos móviles. Ya no tienen fe, y han descubierto que se puede vivir así. Y no como cuando uno está sin pareja, que sabe que más tarde o más temprano aparecerá otra, sino que ahora comprenden que sin la fe se está más ligero, y se sigue siendo buena persona. Tal vez mejor persona, colige alguno, cínico. Entonces, entusiasmados por el hallazgo, le pasan un mensaje de texto a sus amigos, sin importar que muchos de ellos vivan en el tenebroso imperio de los Habsburgo…

P.S.: El 1ro de mayo falleció el guitarrista y compositor Sergio Vitier.

(3 de mayo 2016)